domingo, enero 20, 2008

Las Ardenas

Alzó los ojos, ya era de noche. Caminó lentamente entre las ramas y hojas caídas tratando de hacer el menor ruido posible. No se había duchado en días, la barba le había resultado molesta al principio y las uñas las tenía que cortar con los dientes aunque éstas estuvieran llenas de lodo y muerte. Caminó bajo los pinos por los cuales se filtraba la blanca luz de invierno, hasta que salió del bosque y pudo mirar el cielo. Tomó algunas notas, respiró el frío aire y regresó por donde había venido. A mitad del camino se escuchó como si el mundo se partiera. Corrió agachado sosteniendo el casco con la mano izquierda y con la otra mano apretó su Luger más por miedo que por bravía.

Las noches anteriores todo había estado más tranquilo. Había podido ir a jugar cartas con Dominik de lunes a sábado en el cuartel que había servido también como enfermería, sala de urgencias, taberna, prostíbulo, almacén de licores y de dormitorio improvisado para los altos mandos que no les agradaba pasar mala noche. Gastaba su dinero en cigarrillos, café, en tomar algo de licor y, cuando tenía suerte, en amores instantáneos. Esos días, que en aquel instante de terror parecían una terrible lejanía, fueron un consuelo: Había podido mirar las estrellas como cuando era niño a las afueras de Erfurt o como cuando las miraba con rigidez científica en la Universität de Heidelberg. Con la lluvia del último domingo recordó a Helli, su futura esposa. Recibía de ella cartas en el frente. La pensó yendo en bicicleta a casa después de una tarde desenhebrada entre sus cuerpos y promesas: La casa hecha de madera que compraría él cerca de Bonn, donde pudiera colaborar con el Centro de Investigaciones Astronómicas de la Universidad de Köln mientras Helli podría continuar sus estudios.

Aquel día en que aprendieron a dibujar las caricias, en el mismo momento en que Helli le prometía ser su mujer para toda la vida, un cartero pasaba por casa de Nico dejando la carta donde se le pedía que se presentara inmediatamente a prestar servicios a la patria. La carta especificaba que debía ir a la primera línea del frente en Bastogne como Apoyo Logístico en el área de Comunicaciones y Análisis de la Información. Lo único que deseaba Nico hacer en la vida era mirar el firmamento, su gusto por la astronomía no lo había perdido ni siquiera cuando sentía que le caían encima todas esas estrellas en largas noches de insomnio por los bombardeos. En cuanto lo llevaron a la línea de fuego se le encargó que por el día hiciera trabajo de reconocimiento y pronósticos climáticos. Al volver del reconocimiento, se sentaba solo en algún punto de las trincheras y escribía durante horas en una libreta. - Nico, ¿se puede saber qué tienes en esa libreta?- le preguntaba el Capitán Vollbrecht, un hombre alto y delgado, de cabello castaño y ojos azules. - Apuntes de astronomía, Señor-, respondía al capitán con la mirada limpia.

***

Ahora estaba solo. Se había alejado lo suficiente del frente como para perderlo de vista entre la nieve cuando un viento helado abrazó sus huesos y le echó contra la nieve. Pronto sintió un dolor corrosivo en el antebrazo y un color vivo cubrió copiosamente la blanca espesura. Un ensordecedor tiro de metralla se escuchaba a pocos metros de él. Cargó su MP40, cortó el cartucho. El corazón se le destrozaba de un lado a otro, nervioso. Un sudor pesado invadió su cuerpo, pero no moría. Se arrastró hasta una serie de arbustos que lo cubrían del escampado. Llegó con dificultades hasta la primera línea de Volksgrenadiers. Los escuchó gritar y miró a uno de ellos con el rostro pálido, aterrado e inmóvil mientras miraba la carne molida que había quedado de su torso. Nico saltó hacia la trinchera y encontró a otro soldado con el rostro hundido, de su carne rota emanaba aún algo caliente parecido al dolor.

El Capitán Vollbrecht, obedeciendo al Mariscal von Rundstedt, ordenó la retirada. Nico corrió sin saber a dónde ir apretando su brazo herido. Miró a su alrededor y vio cadáveres gritando, disparando, huyendo. Se escondió junto con otros tres soldados detrás de un Panzerkampfwagen Tiger que se había quedado sin combustible. La ofensiva de los aliados era tenaz. Nico y los tres soldados volvieron a correr hacia las últimas casas del pueblo. Ahí encontraron a cinco sobrevivientes del 7º y 15º ejército. Sin decirse nada, con la mirada clara y sin aliento, tomaron posiciones.

***

Faltaba poco para que una división norteamericana comenzara el asalto a las casas. Una a una iban cayendo, ardiendo, desmoronándose junto con quienes las defendían. Los soldados con los que compartía Nico aquellos minutos no tenían nombre, pero sí rostro. Rostros amargos, cobardes, fuera de sí. Escuchaban las explosiones, los gritos deshumanizados de un bando y otro. Nico imaginaba con cada grito cómo había terminado aquella vida, ¿de un disparo?, ¿por una explosión?, ¿cuerpo a cuerpo? En el fondo nunca quiso ir a la guerra, se arrepentía de estar ahí. Escucharon pasos fuera de la casa. En el primer piso, defendiendo la única entrada de puerta de madera, se habían colocado dos soldados que no llegaban ni a los veinte años. En el pasillo que terminaba en las escaleras que daban al piso de arriba se habían colocado otros dos soldados. Arriba quedaban los 3 con los que Nico había conseguido huir, otro soldado más a cargo de una MG-42 colocada en la parte superior de las escaleras, lista para disparar a cualquier enemigo que intentara subir y Nico, cerca del balcón.

- Nehmen Sie Ihre Positionen!-, gritó uno de los soldados que resguardaba la puerta.
- Angriff!-, gritó el segundo.

Se hizo un largo silencio de uno y otro lado de la puerta. Ésta se abrió. Nico escuchó el sonido de las MP40 y de las BAR norteamericanas. A los pocos segundos cesaron los disparos. Se volvió a escuchar silencio dentro de la casa. Nico sacó su libreta del uniforme. Se asomó al balcón y comenzó a escribir rápidamente. Escucharon pequeños pasos, como si alguien se escondiera. Algo pequeño, casi insignificante cayó al suelo y explotó. Los dos soldados que resguardaban el pasillo no tuvieron ni siquiera tiempo para gritar. Nico guardó su libreta. El soldado a cargo de la MG-42 cortó cartucho. Un soldado norteamericano, apenas asomó el rostro, fue hecho trizas. Las voces del fondo de las escaleras casi no se escuchaban. El ensordecedor sonido de la MG-42 se volvió a escuchar, y algunos tiros de las MP-40.

Cayó la noche.

***

Habían cesado los combates algunas horas. Los 5 sobrevivientes no se atrevían a abandonar el piso de arriba. Nico se ofreció de voluntario para bajar y ver qué pasaba. Cargó su arma y los demás lo miraban entre los claroscuros de la medianoche. Bajó las escaleras sin hacer el menor ruido. El pasillo parecía más largo de lo normal sin luz. Sintió que lo asfixiaban, que en cualquier momento escucharía una detonación o el brillo instantáneo, como una fotografía, de un disparo, pero nada sucedió. Se sentó al final del pasillo, recargando la cabeza contra la pared. Una mano suya sintió en el suelo algo extraño, lo tocó con ambas manos y probó un poco con la boca para saber qué era. Inmediatamente sintió repugnancia, le supo a metal. Eran las vísceras o pedazos de alguno de los muertos, no quiso imaginar si eran de alguno de sus compatriotas o de algún enemigo. Corrió fuera de la casa en plena noche, saliendo del pueblo. Dejó atrás sin avisar a los otros cuatro compañeros de armas. No supo qué fue de ellos.

***

A la mañana siguiente se encontró dormido entre una serie de árboles altos, había nevado nuevamente. Vio el largo amanecer que sucede bajo climas extremadamente fríos: colores rosas y naranjas mezclados con un blanco opaco. Volvió a escribir en su libreta. Con manuscrita temblorosa inició:

Meine liebe Helli,

Das ist jetzt so kalt, aber ich erinnere mich an unsere Körper nackt in der Mitte des Sommers zwischen dem Wald...

Al terminar de escribir sonrió para sí. El brazo le dolía poco, había dejado de sangrar la herida y sólo quedaba una enorme hinchazón rojiza. Echó de menos a Helli. La recordó frente al espejo, desnuda, absorbiendo toda la media luz de su habitación; recordó los largos paseos de mano de su madre cuando lo llevaba al bosque negro en Freiburg y a su padre arreglando su bicicleta. Se recostó sobre el suelo frío. La imagen de Helli, desnuda ante el espejo se quedó en sus ojos hasta que su piel se endureció junto a sus recuerdos.

***

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