jueves, noviembre 22, 2007

Deseo

¿Qué es el deseo?, ¿qué lo constituye?, ¿adónde nos lleva?, ¿desean lo mismo hombres y mujeres?
Estos apuntes de vuelo, iniciados originalmente como un proyecto sin rumbo determinado, es decir, desde un inicio supe desde dónde despegar y qué rutas de vuelo seguir, pero aún no es tiempo de aterrizar.
Durante estos días he reflexionado acerca del deseo (no pregunten por qué, eso está claro). El deseo, como acto, es violento. El deseo, como pensamiento, ilusión. Uno comienza deseando aquello que carece, pero que conoce. Se empieza por una suerte de sed vacilante que puede confundirse con el amor. Aquí me detengo porque, para seguir avanzando en el tema, hay que tener muy claro que son dos cosas totalmente distintas. Con esto no quiero decir que no se pueda desear y amar al mismo tiempo, por supuesto que es viable. Sin embargo, los seres humanos -y en especial en ciertas culturas y tradiciones como las latinoamericanas- suelen confundir el deseo del cuerpo del otro con el deseo de sentirse amado por el otro.
Una vez aclarado este punto, doy rienda suelta a una serie de ideas y desatinos que he tenido en los últimos días. Para comenzar, ¿qué es el deseo?, ¿qué sensación nos produce? No hay que negarlo, todos hemos sido víctimas -y victimarios- de esta lengua que soborna y quema al cuerpo. Es como sentir que toda la sangre corre en dirección opuesta, una sensación de espadas cayendo por la nuca, la interminable cólera que nos arrastra y empuja hacia el otro, y ahí vamos, atravesando sus desiertos, agonizando una y otra vez. Nuevamente pregunto, lectores: ¿qué es el deseo? Es, a mi parecer, aquello que necesitamos del otro, aquello que le rogamos y le exigimos al otro, aquella locura y trémula sensatez de sentirse vivo, porque el deseo invita a vivir, a vivirnos, a presenciar al otro.
El deseo nos lleva irremediablemente a la obsesión, a la frustración o al desembocamiento de fuerzas incluso desconocidas a nosotros mismos. Hablo de obsesión en un plano donde el deseante no se plantea otras vías de desear sino sólo una, se ciega a sí mismo, se habla a sí mismo, arma y juega con sus ideas en un círculo que no se atreve a abrir a nuevas posibilidades, en este caso el deseante no se vuelve más que una víctima de su propia incapacidad de comprender al deseo. De frustración hablamos cuando el deseo se queda en el pensamiento, en la idea y, por consiguiente, en la ilusión. El deseo para que exista, para que respire, debe ser pensamiento y acto. Si el deseo se estanca en el imaginario inerme de la timidez o la prohibición, la ilusión pronto muta a desilusión, por tanto se ve frustrado, lo que conlleva a la ira con uno mismo. El desembocamiento del deseo, a mi parecer, es lo más sano de los tres puntos. Es un círculo. Esto significa que es una mezcla de idea (donde comienza el deseo, la fantasía) y el acto (el llevar o intentar llevar el deseo a una realidad táctil). Todos hemos fantaseado con el otro o los otros que nos rodean. En este punto, es preciso mal parafrasear a Milan Kundera. En su libro "La insoportable levedad del ser", explica que por la calle uno puede ver y desear a los otros, es normal, es un acto común, eso es un deseo cualquiera. El deseo del amor es distinto, es querer dormir junto al otro. ¿Por qué dormir es más íntimo para Kundera y para muchos otros seres humanos? Porque el acto sexual es durante la vigilia (o eso quiero pensar, ya que he escuchado otras historias interesantes donde alguien se duerme y el otro aprovecha el momento), y durante la vigilia es posible defenderse, uno tiene la posibilidad de acariciar o de herir al otro. Durante el sueño no sucede lo mismo, si bien es un pacto con el otro compartir la cama o donde sea que se duerma, durante el sueño no hay medio posible de defensa. Es decir, uno está terriblemente indefenso ante el otro. El otro puede disponer de uno, y aquí está ese pacto que no se dice pero sí se aprueba de cerrar los ojos junto a otro. Cerrar los ojos, no mirar a nuestro alrededor, ya supone un soledad hacia nosotros mismos. Porque el abrir los ojos, mirar lo que está cerca, lo que está lejos, es acariciar las cosas, acariciar al otro sin que lo sepa. Ahora bien, el cuerpo descansa, de sí mismo y de los demás durante el sueño. No hay mecanismo de defensa ante una posible agresión. Esto, a mi parecer, es lo que explica Kundera en dos o tres líneas en su novela.
Los hombres desean y las mujeres también. Sin embargo, la educación hace que estos deseos, de ser simples ideas, pasen al acto de manera totalmente distinta. En una serie de misivas con un gran amigo de Ecuador, me afirmaba algo que no había podido expresar con mis propias palabras. El asunto en cuestión, el deseo. En resumen, las mujeres deciden cuando salir, cuando pasear, cuando besar, cuando tener sexo, cuando acariciar, pero también deciden cuándo abandonar. Es decir, la mujer tiene una capacidad de decisión en materia erótica, que no sólo la concede nuestra actual sociedad sino la historia, porque la mujer sacrifica más que el hombre cuando decide relacionarse. Esta capacidad de decisión le da poder a la mujer (no nos meteremos por el momento en cuestiones religiosas, que influyen muchísimo en este aspecto, según lo que se profese, además de que esos temas, al que suscribe, le provocan roña y mareos agudos).
Los hombres insisten, se acercan, buscan, hallan maneras de tender redes hacia las mujeres. Es complejo determinar hasta qué punto la mujer realmente decide. Para fines de este intento de ensayo, hablaremos en términos sencillos de que los hombres arriesgan más, pero si el lance sale bien, es decir, si "ligan" o la mujer cede a las pretensiones masculinas, éstos últimos no sacrifican nada.
He aquí lo importante: Mientras unos arriesgan, las otras sacrifican. Si alguien no está de acuerdo, es validísimo y me gustaría saber su opinión al respecto. Si a alguien se le ocurren más cosas entre hombre y mujer, favor de decirlas. No abundo por ahora en el tema ya que tendría que hablar de mi propio yo, y no sería muy sano ni para mí ni para el lector.
En conclusión (por el momento), el deseo se vuelve una metáfora de nuestras fantasías, y el acto, poderlo llevar a cabo, una búsqueda parecida a la sed y al naufragio, la soledad y la luz.

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