lunes, febrero 25, 2008

Dueto

Como ciegos árboles
nos recorremos aun en las cenizas,
respiramos los sonidos de la carne,
besamos su aire a fatiga,
y andamos lentos en sus frutos,
mordemos sin dientes su plácida desmesura.

Pero miraste mi carne
y no te atrevías porque la sabías navaja.

Por eso bordaste cuerpo a cuerpo,
-como iluminada espuma-
el blando metal que persigo prisionero
hasta hallar a quemarropa tus senos,
mudos cómplices sin pies ni manos
bendecidos en su geografía,
y ya busco como una memoria
gimiendo al relámpago en su derrumbe.

Y miro tu carne en suspenso,
aventurero entre arcilla y barro.

Estamos expuestos a la mirada
que no tiene ya palabras,
al tacto imán que ha escrito
nuestras voces sobre la agonía,
a los cuerpos desprendidos
que han encontrado el pan
tras agotar el laberinto.

Miramos nuestra carne ciega,
todavía dudando, esperando
su suicidio bajo la ropa,
aun su gemido desarmado
recurre al alba
para llamarnos con su lenguaje
de redes y trampas de carne
en conjunto solitario.

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