-Creo que podría liberar este dolor
Iván Ferreiro
(z)
Tu oscura voluntad
en algún punto de mí tiembla,
llagado por una impronunciable tristeza.
Amargo descubro tu rostro,
un aire de lo que fue y no ha sido
aceda algo distinto al dolor.
No llegaste hace poco
ni tampoco en el último avión,
te conozco con distintos nombres,
conozco tus manos claras,
atentas como el día,
las sé andaluzas o flamencas,
conozco tu fresco rubor
cuando decides amar.
(x)
Abres los ojos sin posible traducción,
por mi parte,
no tengo perdón ni arrepentimiento.
Aquello que llamas prohibición
lo nombra mi cuerpo sed,
y tu náutica nostalgia
ciñe sus llagas en mi lento escozor
falto de cariño
y aún en incendio.
(c)
En trémula borrasca
te cierras a mí,
has llorado placentera
indefinidamente hasta extinguirnos,
y tu nombre extranjero
será una casa de verano
que nunca habitaremos.
(q)
Has dicho no
pero no lo entiendo,
bajo tu sable pongo las manos
y me preguntas mirando al suelo
si tengo razón de arrinconarte
con los dedos bajo tu estampa.
Tengo esta urgencia
alada y catastrófica
donde busco agostarme
dentro de tu rencor,
y con esto
ya nos hemos condenado
a que no haya días venideros.
(f)
Llegaste de madrugada
y te fuiste
en el bajorrelieve de mi infancia,
aún te escucho rozando mis lágrimas
y tu largo adiós que ya había llorado,
porque aún era yo,
porque aún había éste,
porque te conocí al morder mi soledad,
porque me harté cada noche
de arrojarte por la mirada,
porque no te seguí a Canadá
pero sí te hallé en el Seine,
y porque hay tantas tardes como noches contigo
que se han agotado incansables
en agrios paseos
por Plaza Garibaldi.
(u)
Te odio.
Por años me repugnó saberte
hasta que allá, en Varadero,
varé toda la noche desconcertado.
Eras una larga isla,
arena que negoció mi melancolía.
Pasamos la noche por tus muelles,
pero los ahogados nunca salimos del mar,
porque a él nos has llevado.
(i)
Ah, la que desató la poesía desde su exilio en Montréal,
ah, la que tapió con cristales el dolor,
ah, la que desatendió su pasado en Coimbra,
ah, la que perdió un arete y ardió como faro de Flandes,
ah, las que me vieron partir del Este de Europa,
ah, la que arrójo sobre el Seine sus imprecisiones,
ah, la que ataba y desataba los crepúsculos de su cabello.
Auxilio:
aquí hay un herido.
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