Mujer, yo veo
tu tristeza en las manos,
su avance hacia mi rostro;
tu cabello bandera
(encendido crepúsculo
que abre los ojos
al verbo abandono).
Mujer ala sirena
por tu piel ha encendido
el desierto su noche
por donde andamos
como volcanes,
su deriva, naufragios.
Junto a las costas
donde ayer acedamos
y ahora sólo ruinas,
un rumor de amor nuestro.
Mujer, no somos
ahora tan distintos,
en tus playas, hermosos,
cuando ciegos, malditos.
martes, octubre 30, 2007
viernes, octubre 26, 2007
Atrasos
A veces, no lo sé,
espero tu respuesta
a una pregunta
que nunca te he hecho,
mueves las manos
y se detienen
dibujando un acorde
o una palabra,
entonces nos miramos
desafinados,
y tú te atreves
a preguntarme la hora
o a mirar mis zapatos,
entonces, lo sé,
también preguntas
algo que no sabré,
que jamás me dirás.
espero tu respuesta
a una pregunta
que nunca te he hecho,
mueves las manos
y se detienen
dibujando un acorde
o una palabra,
entonces nos miramos
desafinados,
y tú te atreves
a preguntarme la hora
o a mirar mis zapatos,
entonces, lo sé,
también preguntas
algo que no sabré,
que jamás me dirás.
miércoles, octubre 24, 2007
Promenade
Si al menos, una vez,
me miraras, sonrieras,
adivinaras,
qué tanto digo
con mis ahogados gestos,
que cuando digo mesa
quiero decir nosotros,
sólo nosotros,
que si me acerco
y prometes la cena,
desde entonces respiro
la posibilidad
de que me digas quédate,
porque en esta tristeza
y su miseria,
en todo su abandono,
si al menos, una vez,
sin reservas, destiempos,
colocaras el largo
y solitario
buque que sopla
en otra tierra,
sobre mi arena
llegaría tu oleaje
roto, pisado,
con su rojo crepúsculo
recogido en tu nuca.
Si al menos, una vez,
te mirara, supiera,
adivinara,
que cuando dices libro
sólo quieres decir
estoy contigo.
me miraras, sonrieras,
adivinaras,
qué tanto digo
con mis ahogados gestos,
que cuando digo mesa
quiero decir nosotros,
sólo nosotros,
que si me acerco
y prometes la cena,
desde entonces respiro
la posibilidad
de que me digas quédate,
porque en esta tristeza
y su miseria,
en todo su abandono,
si al menos, una vez,
sin reservas, destiempos,
colocaras el largo
y solitario
buque que sopla
en otra tierra,
sobre mi arena
llegaría tu oleaje
roto, pisado,
con su rojo crepúsculo
recogido en tu nuca.
Si al menos, una vez,
te mirara, supiera,
adivinara,
que cuando dices libro
sólo quieres decir
estoy contigo.
lunes, octubre 22, 2007
En attendant
¿Cómo te voy a reconocer
cuando vuelvas a venir?,
¿por qué serás tú
que no otra
cuando alta la marea crepuscular
nos señale
hacia dónde vamos?
Ahora mismo andas por el mundo,
con tu vestido claro
o con ese abrigo
que aún no te pongo.
Yo,
ando sin tu mano y sin tu mundo,
sin tu nombre y sin nosotros,
sin nadie, sin tú, sin yo.
Cuando vuelvas a venir,
no habrá poema de bienvenida
y mucho menos
rosas sobre la mesa,
entra y desnúdate,
vacía tu tiempo por la casa,
aquí no hay retrasos
o reclamos innecesarios,
entra y permanece,
que te he buscado
desde Montale hasta Villaurrutia
donde, como si un fantasma te guardara,
te encuentro pero no te conozco,
no sé tu nombre y,
a pesar de todo,
otros ya te han llorado.
Cuando llegues
no hagas ruido,
enciende la radio
y escuchemos el largo olvido
que dejan tus pájaros,
desabrocha la voz
y cuelga en el perchero
todas tus incertidumbres,
que mañana sabremos
nuestros verdaderos nombres.
Entra,
mientras termino de acariciar
las cuerdas
por donde el cansancio
es agridulce llaga
que ha firmado tu presencia.
cuando vuelvas a venir?,
¿por qué serás tú
que no otra
cuando alta la marea crepuscular
nos señale
hacia dónde vamos?
Ahora mismo andas por el mundo,
con tu vestido claro
o con ese abrigo
que aún no te pongo.
Yo,
ando sin tu mano y sin tu mundo,
sin tu nombre y sin nosotros,
sin nadie, sin tú, sin yo.
Cuando vuelvas a venir,
no habrá poema de bienvenida
y mucho menos
rosas sobre la mesa,
entra y desnúdate,
vacía tu tiempo por la casa,
aquí no hay retrasos
o reclamos innecesarios,
entra y permanece,
que te he buscado
desde Montale hasta Villaurrutia
donde, como si un fantasma te guardara,
te encuentro pero no te conozco,
no sé tu nombre y,
a pesar de todo,
otros ya te han llorado.
Cuando llegues
no hagas ruido,
enciende la radio
y escuchemos el largo olvido
que dejan tus pájaros,
desabrocha la voz
y cuelga en el perchero
todas tus incertidumbres,
que mañana sabremos
nuestros verdaderos nombres.
Entra,
mientras termino de acariciar
las cuerdas
por donde el cansancio
es agridulce llaga
que ha firmado tu presencia.
lunes, octubre 08, 2007
Miauen
Decidí ser poeta el día que se fue mi gato. No estaba debajo de la mesa ni durmiendo bajo la cama, tampoco lo hallé aventurero en la cocina ni encontré su felino rastro en la ventana. Se había ido.
Antes, cuando aún cada árbol era un trono y el césped su reino, un exilio parecido al odio pasó por mi infancia. La protesta, que aún no se sabía palabra, germinó en su forzado silencio.
Después, aquellas azules barcas y sus pescadores, rumores debajo de sus redes, y la dorada mezquita sobre el mar, alejada del desierto y su muda existencia, así hubieron grandes Plazas y catedrales a su vez, cada objeto cifrando su lírica.
Llegaron los mares, los grandes monstruos con sus motores y su pasajera melancolía. Arriba, donde dicen que hay un dios, no hay nada sino un sonido que acaricia la nostalgia. Atrás quedaron las piedras de los puentes, los ríos que se congelaron en invierno.
Decidí ser poeta sólo para rescatarles una mañana en que ya no encontré al felino culpable. Para cuando noté su ausencia, tenía diez años más encima, y los muebles en que solía afinar sus uñas de pronto se parecieron a mi voz cuando echaba de menos, y su rastro en la ventana también se parecía a todos aquellos recuerdos abiertos al final del verano, su hambre en la cocina y su sueño bajo la cama quedaron como todas esas personas que han visto amanecer -sin temor- al otro respirando, sin levantar la guardia, y felinamente derrotado.
Antes, cuando aún cada árbol era un trono y el césped su reino, un exilio parecido al odio pasó por mi infancia. La protesta, que aún no se sabía palabra, germinó en su forzado silencio.
Después, aquellas azules barcas y sus pescadores, rumores debajo de sus redes, y la dorada mezquita sobre el mar, alejada del desierto y su muda existencia, así hubieron grandes Plazas y catedrales a su vez, cada objeto cifrando su lírica.
Llegaron los mares, los grandes monstruos con sus motores y su pasajera melancolía. Arriba, donde dicen que hay un dios, no hay nada sino un sonido que acaricia la nostalgia. Atrás quedaron las piedras de los puentes, los ríos que se congelaron en invierno.
Decidí ser poeta sólo para rescatarles una mañana en que ya no encontré al felino culpable. Para cuando noté su ausencia, tenía diez años más encima, y los muebles en que solía afinar sus uñas de pronto se parecieron a mi voz cuando echaba de menos, y su rastro en la ventana también se parecía a todos aquellos recuerdos abiertos al final del verano, su hambre en la cocina y su sueño bajo la cama quedaron como todas esas personas que han visto amanecer -sin temor- al otro respirando, sin levantar la guardia, y felinamente derrotado.
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