lunes, junio 18, 2007

Un día menos

Hacía mucho que no llamaba. Dejó un mensaje de voz en la contestadora: me voy a morir. La voz le pareció conocida. Sí, era ella, la chica de la oficina con la cual salía hasta hacía poco. Impaciente, devolvió la llamada pero nadie contestó. Volvió a llamar, nadie respondió. Dio vueltas por la desordenada habitación, todo estaba en calma, como si nada pasara. Afuera algunos niños jugaban con globos llenos de agua, un perro cagaba en la acera de enfrente, y un coche pasaba a toda velocidad.

Salió de casa, dejando la puerta abierta. Corrió hasta la parada de autobuses. Ninguno pasó. Anochecía. Desesperado, volvió a llamar. Esta vez ni siquiera hubo tono de llamada del otro lado.

¿Estaría muerta? Le parecía en ese momento algo absurdo. ¿Cómo se iba a morir?, ¿por qué? No, no era tiempo aún. Pensaba en volver a verla. Había planeado llevarle a cenar o pasar por ella a su cubículo con alguna extraña excusa.

Era de noche. Por la calle no había nadie. Una tranquilidad inútil irrigó su cuerpo. Se sentó en una banca cerca de un parque cercano a su casa. Se mordió las uñas, imaginando cómo murió Berta. Decidió ir hasta su casa corriendo. Tardó más de media hora, aunque no corrió ni quince minutos porque no había hecho ejercicio en varios meses. Al fin llegó al lugar. Tocó el timbre y nadie abrió. ¡Berta!, gritaba una y otra vez. ¡Berta, contesta! Las luces del departamento seguían apagadas.

Llamó a la policía. Le dijeron que llenara un formulario de búsqueda de personas desaparecidas, porque no podían entrar a una casa sin razón alguna. Además le pidieron el número de la persona a buscar, por quéla buscaba, hace cuánto tiempo no sabía de ella, y una serie de preguntas menores que son dignas de una burocracia inútil. Tardó media hora en llenar los papeles y media hora en hacer entrar en razón al empleado de gobierno en turno que ella había dejado un mensaje, que él la llamó, la buscó y no la encontró. Cuando pudo salir de allí, se dirigió al metro, pero estaba cerrado. ¡Mierda, lo que me faltaba!, pensó. Maldijo al aire sin gritar, metió las manos a las bolsillos del pantalón y caminó a casa.

Era de madrugada. La policía llamó diciendo que no procedía su solicitud de búsqueda. Abordó un taxi, en voz alta dijo: putísima madre. El taxista lo miró por el retrovisor e hizo una mueca incomprensible. Tomó la calle de la derecha en la avenida equivocada, debía ser a la izquierda. Es por aquí, dijo tranquilo. El taxista lo miró de nuevo por el retrovisor e hizo algún sonido con la lengua y los dientes. ¿Qué no oye?, dijo con voz más seria. El taxista siguió de frente. ¡Con una chingada, para aquí! El taxista lo miró por el retrovisor, se detuvo. Ambos se quedaron en silencio. Mira, no quise insultarte. El taxista seguía mirándolo por el espejo. Es que he tenido una noche muy larga, explicaba. El taxista dejó de mirarlo y se encogió de hombros, miró hacia el fondo de la calle, no había nadie. Mientras más excusabas daba y trataba de entender el mensaje de voz "me voy a morir", menos comprendía qué sucedía. Sacó algo de dinero del pantalón, era la cantidad exacta a pagar. Bajaba del coche cuando una bala atravesó su cabeza. Un hoyo a la altura de la oreja atravesó su cráneo hasta salir a la altura de la mandíbula. Su cuerpo quedó tendido contra la banqueta. Su mirada parecía haber perdido brújula, pero no sentido. Parecía despedirse entre la sangre. Yo también tuve un muy mal día, dijo el conductor del taxi. Registró los bolsillos del muerto, encontró algo más de dinero y lo guardó en la guantera del coche. Abandonó ahí el cadáver.

La policía llegó después de que los perros ya habían olido el cadaver, después que los vecinos habían puesto dos veladoras para que el alma del cuerpo descansara en paz, después de que la ambulancia esperara a los peritos para que hicieran su trabajo. Uno de los policías metió las pertenencias del joven en una bolsa. Su teléfono vibró. Era un mensaje de voz de la estación de policía a la que él habia acudido y otro de la voz que afirmaba se iba a morir: La persona a la cual busca le llamamos y ya la encontramos. Ella no dejó el mensaje de voz. Está en casa de su madre; lo siento, me equivoqué de número. Era una broma, nadie va a morir. Que tengas un excelente día.

4 comentarios:

Arturo dijo...

Memo:

Me da gusto que andes paseando tus letras por acá… te estaré visitando. Tenemos unas chelas pendientes, tú dirás.

Un abrazo.

Caiguar dijo...

jje, que humor tan negro.
pero bueno, bueno.
Aunque igual habra que amarrar algunos cabos sueltos, ya sabes que los cuentos son como formulas matemáticas, si sobran parentesis hay que quitarselos o cerrarlos.

Caiguar dijo...

Que bueno que ya pusiste tu perfil. y bueno... ¿cuando nos tomamos esas chelas?

Félix Treviño dijo...

El manejo de la segunda historia que emerge de las pofundidades, sortilegio literario. Saludos.