Nos han hablado en distintos escenarios,
algunos sin lluvia
-pero hemos deseado lo llovido-
cuánto nos aman,
que nos echarán de menos.
Yo
siempre hablé con un baile,
incrédulo cedí a esas imágenes
que no envejecen
aunque nosotros sí,
por la música
atendí al deseo
toda vez que atentara
sin minúsculas y sin miramientos
cualquier momento desarmado.
He visto
de los últimos besos
sin labios ni héroes,
alejarse por París
divorciados.
Atendí sobreviviente
los espejismos del Rhein,
su verano y sus terrazas,
la blanca mano guía
que apagó los buques
en la distancia.
Sí,
fue en Barcelona,
ahora lo sé
-o creo saberlo-
que me volví más viejo,
acepté el asedio,
la catástrofe y la guerra,
afable y a tiempo
llegó la muerte compañera,
ebrios amanecimos.
Pero antes
también fue Barcelona
donde oro y azul
a mi lado habitaron,
del oro quedó la sombra,
del azul la boca,
la costa enigma
que ardió en los combates.
Y si los aeropuertos
fueran hospitales,
me confieso enfermo permanente.
Y si los aviones fueran
el luto de una separación,
yo sería por siempre su viudo.
Y si las salas de espera
fueran aves hurañas
y tardías,
sometería sus ciegas alas
por un vuelo,
una noche en el Norte,
la miríada forma
en que siento solitario
que soy un transeunte
por tus aceras,
por tus parques,
por tus plazas.
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