oscura luz sin lastre huérfana, y tras ella
cifrado el delirio sin boca que recorre mudo
tus indómitos bajorrelieves a galope sin que lo sepas.
Acaso un gesto de apaciguado rencor bajo la mesa
y los dedos aciagos en su escozor clandestino,
ebrio silencio que amenaza tras el trago que permenezcas,
que inmóvil permanezca la duda, y con la duda
la posible saciedad marina que a mi lado amanezcas.
Acaso hemos contado solitarios esos pájaros vueltos diamantes,
la noche caía en copos,
el reloj marcaba la última llaga apetecida,
enumeramos todas las posibilidades: quédate.