Se dejaba llevar
por las naves que al viento
estremecían sus palmeras suspiros.
Sus huellas,
un discurso mediterráneo
colisionando vivo.
Desordenados días sin remitente
armados tan solo de balcones compañía
por donde asomaba reina su prodigio.
Se dejaba llevar
y la tarde la seguía
por la lluvia mirando atrás.
Se dejaba llevar
empuñando una melancolía
o blandiendo con su presencia
una por una
irreparables
mis alegrías.